domingo, 19 de octubre de 2008

QUÉ SIGNIFICA: CREO EN LA IGLESIA!


En primera instancia significaría un acto de fe sobre la Iglesia, que su existencia es fundamental dentro de la vida de los creyentes, no es un accesorio de la tradición sino un fundamento para nuestra salvación. Ahora bien, por qué creer en la Iglesia y qué significa creer en la Iglesia hoy son las preguntas que me llevan a responder este ejercicio teológico intelectual.

Inicio con la tradicional expresión: “fuera de la Iglesia no hay salvación”, frase que hizo carrera y al parecer, aún hoy, intenta hacerla entre algunos círculos de la jerarquía eclesial. La asamblea de los convocados o llamados por Jesús, la comunidad fundada en el testimonio de los apóstoles, discípulos y mártires de los primeros siglos determinó al grupo humano que hoy llamamos Iglesia. De ellos no nos quedan catedrales y mucho menos opulentos palacios episcopales de corte medieval y renacentista sino testimonios de una vida recta, solidaria, al servicio de los demás porque esa era su lectura del Evangelio. La Buena Noticia, Jesucristo resucitado para nuestra salvación, les impulsaba a un cambio de vida radical, profundo, en todos los órdenes de su existencia; no simplemente la obligatoria asistencia a un aburridor rito dominical que produce sueño y que no logra realmente permear las vidas de quienes todavía asisten a él. Para las primeras personas que se sintieron convocadas era vital la existencia de una comunidad de fe en la cual compartieran su vida, su pobreza y sus riquezas, sus alegrías y tristezas, los acontecimientos extremos como el nacimiento y la muerte, la enfermedad, el inicio de etapas como la niñez y la adolescencia. La vida de fe era un acto de madurez humana que se reflejaba en opciones fundamentales de vida, en cambios existenciales profundos porque se sentían tocados desde dentro por la existencia del resucitado. Más que un fenómeno cultural era una opción personal así las escrituras cuenten de conversiones de familias completas.

Lamentablemente el edicto de Milán, al constantinopolizar la Iglesia en el siglo IV, creó nuevas condiciones de pertenencia y generó una institucionalización que perversamente diluyó la imagen de aquellas pequeñas comunidades dispersas a lo largo del Asia Menor, en una condición de pertenencia al Imperio, donde Iglesia eran todos y simultáneamente no era nadie. Pasamos, en un lapso de siglos, de una fórmula de expresión “creo en la Iglesia”, sin más adjetivos, a “creo en la Iglesia que es una, santa, católica, apostólica y romana”; ni siquiera de Nazareth o de Jerusalén sino de Roma, la sede del imperio que durante varios siglos persiguió y asesinó con su poder político militar a los primeros creyentes en Jesús resucitado. A partir de esta expresión del credo niceno constantinopolitano se entiende la expresión “fuera de la Iglesia no hay salvación”. Así como en otros tiempos la secta de los fariseos había creado sobre los demás grupos existentes en Israel la creencia de ser los perfectos, los puros, los limpios y, por tanto, los merecedores de los favores de Jahvéh Dios, la Iglesia había pasado de los pequeños grupos familiares fuertemente convencidos de su fe en el Resucitado, a convertirse en una multitud de ciudadanos del imperio romano, bautizados con balde, a chorros, sin ninguna experiencia catecumenal ni cercanía con el misterio de la fe actuando en otros seres humanos, gobernados en su “espiritualidad” por autoridades que asemejaban la organización política del imperio. El obispo (quien observa) pasó a ser una autoridad con un determinado rango territorial, en mayor grado el arzobispo y luego los cardenales. Por último, la autoridad del papa. Pues, de acuerdo con lo anterior, fuera de esta institución eclesial-imperial no hay salvación. Profundizando sobre lo anterior, aclaro como la cultura occidental ha tenido durante varias ocasiones la oportunidad de hacerse creer superior, el centro del mundo, la única cultura válida desde la cual las demás deben ser capaces de interpretar su propia existencia. Se les llama bárbaros, salvajes, incivilizados a quienes no son como ellos, no comparten su cultura y ello terminó incluyendo al factor religioso cristiano. De esta manera se entienden instituciones como las cruzadas y la inquisición (sin el adjetivo de santa) entre otras. Dos hijas de una Iglesia que ya no es la inicial sino su nueva presentación en un formato “oficial”, imperial, tamaño dos litros, extensa en cantidad de miembros pero a flor de piel en cuanto a su profundidad como experiencia de fe.

Con el paso de los siglos, la palabra Iglesia se ha ido asimilando con los enormes lugares enormes (no sólo en lo ancho y en lo largo, sino también en lo alto...), adornados, hieráticos, sublimes, estirados, silenciosos, con mucha penumbra y a veces con humo (el del incienso, aclaro), donde todo el ser humano que se atreva a entrar se sienta bien pequeño; en últimas es como si se hubiera pretendido representar a la morada de Dios Todopoderoso en la tierra y sus pequeñísimos hijos. Resaltan el altar del sacrificio (ya no es una mesa para compartir un banquete, una cena, sin importar que sea la primera o la última...) y una gran silla, en un lugar más alto que los demás seres humanos, donde se destaque la importancia de quien preside, de quien hace las veces de Jesús... en ello se ha creado cierta confusión. Expresiones como vicario de Cristo, ser otros Jesús para la gente, ha terminado creando una separación entre los creyentes. De primera categoría son los ministros ordenados, los diáconos, presbíteros, obispos y demás. También por esto se ha terminado identificando a los ministros ordenados con la Iglesia, si hablan los obispos (incluyendo al de Roma) o hablan los sacerdotes, habla la Iglesia... y quién escucha a los laicos? Quién está pendiente de las necesidades espirituales del pueblo de Dios si pareciera, reitero, pareciera que la preocupación de los ministros que asumieron el gobierno de la comunidad es seguir construyendo edificios materiales (por oposición a los espirituales que muchos no pueden ser ni constituir) catedrales, parroquias, casas curales e incluso obras de beneficencia en las cuales se recuerde mediante placas pegadas en las paredes quienes fueron los responsables... todo para mayor gloria de Dios. Personalmente, en una Iglesia constituida o comprendida por estos rasgos, no debo ni deseo creer.

Agrego a lo anteriormente expuesto lo siguiente: Si primero es la estructura que las personas, primero son los ritos que quienes participan en ellos, si es más importante la norma que quienes la vivencian... (luego, no está escrito en alguna parte que el hombre no se hizo para la ley sino la ley para el hombre?), entonces comprendo por qué la presencia de la Iglesia se ha reducido a la participación en el rito eucarístico, entre otros sacramentos, sin importar si quien lo preside posee las cualidades humanas y el ascendiente sobre la comunidad de fieles, la autoridad moral para presidir a su comunidad. Y no es sólo problema de vida célibe puesto que, entre otros temas, hablar de pobreza a una comunidad estructuralmente empobrecida por las condiciones de un sistema capitalista de producción, desempleada y cada vez en peores condiciones de supervivencia termina siendo ofensivamente irónico si la despensa de la casa cural está repleta y el carro del párroco tiene gasolina... La acusación a lo que el común de los fieles entiende por Iglesia, es decir, a sus ministros, es hacia la falta de coherencia entre los fundamentos del Evangelio y las prácticas cotidianas, a pensar que los fieles no se dan cuenta que el mismo que cambia de ropas para asumir la presidencia en una celebración, es el que pasa por sus calles vestido de particular, va de "visita" a los centros comerciales, salas de cine, restaurantes costosos, por no hablar de otros sitios y de otros comportamientos.

Así, concluyó reflexionando sobre el sentido de creer en la Iglesia hoy. El anterior análisis, con todas sus limitaciones, me permite pensar que la Iglesia en la que creo es aquella que se construye a partir de la fe, humilde, sencilla, (como la de los homosexuales que en España han renunciado a ella porque sentían que su condición humana no cabía en la Iglesia de Jesús, la misma de Magdalena, la de Mateo, la del centurión romano y su “muchacho”, la de Zaqueo, la de Pedro negando por tres veces); fe labrada desde un sano sentido común y desde una experiencia personal del Dios de Jesús, que compartimos la mayoría de los bautizados. Que la comunidad que comparte y celebra su fe necesita espacios para hacerlo, ya sea en la sala de una casa, o en un salón parroquial o en la capilla privada de una comunidad religiosa o en la parroquia de su sector. Sólo una comunidad de creyentes que haga una auténtica experiencia de Iglesia, que se sienta cada uno llamado por Jesús a seguirle, sin exclusivismos, ni prepotencias, sirviendo a los más necesitados, colaborando en sus justas luchas a favor de mejores condiciones de vida; una Iglesia donde la ministerialidad sea auténtico servicio cotidiano y no autoritarismo pleno y omnisciente, conducirá a la correcta comprensión de la expresión de la fe apostólica: “CREO EN LA IGLESIA”.

sábado, 20 de septiembre de 2008

BIENVENIDA

A todos los desocupados y desocupadas y a aquellos que están perdiendo el tiempo en el ciberespacio, a los y las estudiantes que les "toque" venir a escarbar por obligación más que por deseo, un saludo académico, fraternal, cálido y sincero...